IV

 

            No era común para Carlos sentir hambre al despertar Y ese día se despertó con hambre atroz. En casa comió lo que pudo, en la escuela compró fruta dos veces en tres horas y al regresar a casa engullo varios bisteces de hígado (que odiaba) y un plato completo de ejotes. Repitió platos para la noche y su estómago se sentía hinchado y repleto... pero el hambre seguía allí. Para alguien con tres kilos debajo de su peso ideal y que acababa de salir de un escalofriante diagnostico de salmonelosis, esto debía ser magnifico, pero que el hambre se sintiera todo el día sin parar y que siguiera hasta las tres de la mañana, ya era preocupante. No sabiendo que hacer, bajó a la cocina a beber un poco de agua y a ver si había algo de comer.

            Mientras bajaba, pensaba en lo extraño de la sensación que le había  invadido durante todo el día. El misterio del despertador destrozado le había absorto al grado de no poner atención en clase. Pero había algo mas. El día había tenido una textura especial. Todo se veía, diferente, pero sin poder precisar que. Alguien que depuse de una vida de ver mal, y un día usa lentes podría haberle dicho a Carlos lo que estaba experimentando. Pero iba más allá. Su olfato le traía una variedad inusitada de olores. La comida que había engullido tenia un gusto diferente… hasta la textura de su ropa se sentía extraña. La sensación persistió todo el día, y a estas horas de la noche le parecía más bien estar soñando. Un sueño demasiado vivido, una exageración de la realidad. Si, tal vez estaba soñando. Podía sentir el hambre moverse hacia sus pulmones, hacia su cabeza, hacia sus brazos... Definitivamente era un sueño. Una vez abajo, noto que podía ver bastante bien aun sin encender la luz. "Luna llena" pensó, pero al asomarse a la ventana no vio nada más que nubes. Se sentó un momento en la oscuridad (que le aterraba desde que era un niño) y pensó en si habría una relación entre el incidente del despertador y esta atroz hambre que empezaba a sentir. Se acercó a la ventana. El cielo era una bóveda de uniformes nubes grises con un tono anaranjado por el reflejo de las lámparas de las calles de la enorme ciudad en que vivía. Tenía poco sueño y mucha, mucha hambre. De repente se quedó frente a la ventana, que era de celosías y estaba escudada de los ladrones por sendos barrotes, y tuvo la extraña sensación de que podía pasar a través de la ventana, de que podía desmembrarse, hacer lo que quisiera con su cuerpo. La sensación fue tan fuerte y real que le lleno de pánico. Subió a su cuarto y pasó el resto de la noche casi sin dormir.

            El día siguiente fue una agonía viviente. Tuvo un hambre atroz desde que despertó y los cuatro biscochos y tres vasos de leche no hicieron nada por remediarla. No se pudo recuperar durante la mañana y la comida de la facultad le pareció solo una botana insuficiente. Llegó a su casa y devoró cuanto su congestionado estomago le permitió. Carlos pasó el resto del día en su casa vaciando el refrigerador cando no estaba en el baño vomitando el exceso. Estaba aterrorizado. El recuerdo de los terribles dolores de las bacterias devorando sus intestinos y de dos semanas apenas medio conciente en el hospital le sacaban mas sudor frío que su atroz hambre y el vomito juntos. Sentía un nudo en el estomago cada vez que su atrofiada nariz percibía el aroma a desinfectante que usaban en los hospitales y no quería regresar a uno. Tenia diecinueve años de dad y no había tenido nunca novia. Había estado enamorado... pero eso había sido in desastre. Se sentía horrible, indigno de amor. Con su desnutrido 1.70 de estatura y la cara marcada de cicatrices de espinillas y barros, había días en que sentía ganas de arrancarse la cara con las manos. Si se le añade la falta de ropa nueva – casi todo su guardarropa consistía en ropa de sus tíos- el resultado es risible para los demás, enormemente penoso para él. Carlos era tímido, demasiado conciente de sus faltas, pero con un hambre voraz de individualidad. Cuando quería salir del esquema se entregaba al mal gusto, tanto en el vestir como en el comportamiento. Podía pasar del ser tan tímido como no saludar a alguien por temor a interrumpir su conversación a ser tan insistente que en otros países le hubieran levantado cargos y lanzado una orden de restricción. Él estaba vagamente consciente de todo esto. Le molestaba todos los días el pensar que casi todas las decisiones que tomaba eran erróneas, ya sea de hacer algo o de dejarlo de hacer. Eso cuando se decidía a tomar alguna decisión, el resto del tiempo hasta su padre le llamaba “tibio”.  Esa consistente falta de felicidad era la que llenaba de pánico. No quería morir así, sin haber hecho o dicho nada de valía en su vida.

La noche llegó una vez más y se encontró, hambriento,  frente a la ventana, como las dos noches anteriores: con hambre y frente a la ventana. Apoyó su frente en los fríos cantos de los vidrios de la celosía abierta y la sensación de salir se apoderó de él, y esta vez no se resistió. Cerró los ojos, con la misma fe que un niño con un nuevo traje de superman se deja caer de la azotea y se dejó llevar. Solo quiero sentir algo que no sea esto, pensó.  Al principio, estaba listo para sentir la decepción que siente uno cuando quiere llevarse algo que tocaba en sueño, pero entonces Carlos sintió un profundo dolor en cada fibra de su cuerpo, sentía su carne deshebrarse y caer al frente, sentía el vidrio de las celosías pasar a través de sus órganos, de sus huesos... y al abrir los ojos se vio afuera, en el patio. Su ropa había quedado dentro de la casa y estaba totalmente desnudo en el patio de casa con una leve llovizna mojándole la piel. De no haber sido por el hambre y el tremendo remanente de dolor que le mantenía despierto, probablemente se hubiera desmayado del susto. No podía pensar muy claramente, pero en la confusión, pensó que debía ser una extraña clase de sueño,  pensó que tal vez debería aprovechar la oportunidad controlar un poco su sueño, que tal vez pudiera encontrar algo que saciara su hambre. Solo esperaba que no fuera sangre. Se concentró y trató de volar, concentrando toda su energía el pecho, pero no pasó nada. Si, este no es ese tipo de sueño, pensó. Se concentro en la sensación de la atravesar los barrotes. La enfoco en sus manos y pies. Escucho el crujir de los huesos y sintió el tirón de los tendones. Abrió los ojos y vio que lo había logrado: había mutado sus manos y pies en afiladas garras y empezó a escalar por la pared hasta el techo. El frío viento de la noche baño su cuerpo desnudo pero su desnudez no le importo. Algo Maravilloso le estaba pasando. Algo que había deseado desde que era un niño, algo que cada niño desea en algún momento en su vida y que Carlos, insatisfecho con todo, no había dejado de desear nunca, pero nunca pensó que pudiera llegar a ser real. Claro, esto era un sueño, uno muy real. Debía disfrutarlo mientras durara. Empezó a correr por las azoteas, para ver que tan ágil se había vuelto. Brincó varios metros hacia arriba y hacia abajo sin mucho esfuerzo por metros y metros de azoteas... sus músculos se tensaban, los huesos crujían al caer de gran altura, pero lo lograba, saltos de tres metros, escaladas con sus nuevas garras, un techo tras otro… por primera vez en su vida, su cuerpo parecía cumplir las expectativas de su imaginación. Repentinamente, los techos acabaron. Sus pies se encontraron con el vacío y sus manos a unos centímetros de un cable de alta tensión. Por instinto se asió al cable y el movimiento de balance le hizo tocar un segundo cable.

            Durante un momento, la electricidad inundó su cuerpo y el hambre pareció ceder. El instante después Carlos estaba balanceándose del cable, asombrado y un poco menos hambriento. Tomo con cuidado el cable otra vez y sintió la electricidad recorrer su cuerpo y saciar su hambre. No supo cuanto tiempo le tomo, si segundos o minutos, pero al terminar, su hambre se había aminorado, casi satisfecho. y ya comenzaba a sentir de una manera mas clara los efectos de su descontrolada gula de los días anteriores. Solo entonces se dio cuenta de que se encontraba desnudo colgando de un cable a casi diez metros sobre el duro asfalto de la calle. La pared estaba a unos tres o cuatro metros, el poste a unos seis y el suelo, muy, muy abajo. Optó por el poste (no sabia si su agilidad le permitiría llegar a la pared o salir ileso de la caída) y rápidamente llego a el. Se afianzo como pudo al duro concreto y bajó fácilmente a la calle y solo entonces se dio cuenta que estaba desierta. La tenue lluvia de la tarde había caído por todas partes y el suelo estaba uniformemente mojado sin charcos. Miro hacia todos lados y se decidió a volver a trepar a la azotea y regresar a su casa por el patio.

            De la esquina salió una patrulla y le echo la luz. Carlos se congeló un momento por las luces rojas y azules que brillaban en la calle y la intensa luz blanca que le daba en el rostro. Al salir de su ensimismamiento se dio cuenta de que la patrulla era un automóvil y que el copiloto ya estaba saliendo. Por un momento tuvo el impulso de quedarse y obedecer lo que el oficial le dijera, pero una mezcla de miedo y razón (era un sueño, ¿no?) le hicieron echarse a la pared y empezar a escalarla. El policía se quedó boquiabierto por unos instantes y luego grito:

- ...¡ALTO!...

            Carlos se asusto y comenzó a trepar vertiginosamente. El policía repitió la orden, pero Carlos hizo caso omiso. Asustado, el policía saco su arma y comenzó a disparar hacia Carlos que estaba a un metro o metro y medio de la orilla de la azotea. De los tres tiros que salieron de la pistola uno le pego a Carlos en la espalda. Carlos solo sintió el dolor de una quemadura y al poner ambos pies en el techo  se echo a correr. En segundos estaba de nuevo en su patio y respiró profundamente antes de pasar por los barrotes. En esta ocasión, con su hambre satisfecha, la sensación de dolor fue mucho mas clara y al volver a estar completo se derrumbo sobre el suelo, reprimiendo un grito de dolor con todas fuerzas.  Encontró su ropa en la orilla de la ventana y se vistió. Subió a su cuarto y se envolvió en las frías cobijas de su cama. Cerró los ojos y los abrió unos momentos después. Carlos miró al techo, absolutamente convencido que estaba despierto. ¿Había sido lo anterior un sueño? Casi de inmediato noto una luz que pasaba por las calles. La patrulla siguió buscando unas tres vueltas más y después desistió.

            Carlos estaba mojado y tenía comezón en la espalda. Espero un rato y sigilosamente salió al baño. Encendió la luz y le molesto mucho. Se quito la camisa y se vio la espalda. A pesar de que había un lavamanos de distancia entre él y el espejo, se podía apreciar nítidamente el agujero de la bala en su espalda. En las orillas se podía ver sangre coagulándose y algunas gotas que caían un par de centímetros. Toco el hoyo con un dedo y no sintió molestias. Trato de meter el dedo y no pudo: la herida estaba cerrándose. Eran demasiadas sorpresas para una noche y su capacidad de asombro estaba saturada, por lo que decidió ir a dormir para despertar del extraño sueño del sueño que estaba teniendo.

           

V

 

-Tenemos lecturas vagas por toda la cuidad. Debe haber al menos una docena de liberados.

- Tenemos que organizar rondas de rastreo. Habrá que movernos rápido antes de que las lecturas crezcan, pero debemos tener información exacta. Organiza al personal y prepara el equipo. Haremos rondas a partir del anochecer de mañana.